lunes, 24 de junio de 2013

Una Santa Traición

"Hablando de mujeres y traiciones..." Así reza la famosa tonada del mexicano Vicente Fernández, que es considerada por muchos como una canción de despecho perfecta. Este hórrido sentimiento de animosidad se ensaña contra nosotros cuando la persona que amamos ya no comparte más los momentos, los instantes, los amores brindados. La tristeza se potencia cuando este distanciamiento tiene su origen en la traición, basta con ver las estadísticas de los crímenes que se cometen en nombre del dolor intenso que deja en la otra persona dicha deslealtad.

Curiosamente, la traición más famosa no tiene que ver con un vínculo amoroso, más bien era una relación de amigos, de maestro y alumno. Judas Iscariote, uno de los personajes más vituperados y odiados de la historia es el traidor mayor. Muchos documentos bíblicos y apócrifos hablan de este apóstol y su felonía, sin embargo, ha habido numerosos intentos de reivindicarle, acaso aupados por canales apremiados por el bajo "rating" y por conseguir anunciantes, lo que a la postre se traducirá en mucho dinero.

Judas fue apóstol de Jesús; compartía sus ideales, defendía su causa, caminaba con él, hacía lo que su maestro le sugería y obedecía sus indicaciones. De hecho Judas era el tesorero del ministerio del Mesías. Pero sucedió lo inevitable: a cambio de ciertos beneficios, en este caso 30 monedas de plata, Judas entregaría a los sacerdotes que querían "hacerse cargo" del profeta, a su mentor, su amigo, su maestro. Al parecer, aún aturdido por el brillo del poder coyuntural se olvidó por un tris de todos los momentos que él y su maestro pasaron juntos y de haberle jurado lealtad absoluta, sin compromisos.

Judas terminó muriendo por propia mano, pues no soportó el peso de la culpa que le dejó semejante canallada y prefirió abandonar voluntariamente el mundo de los vivos.

Traigo a colación esta reseña pues calza perfectamente en la situación actual de Colombia. Es una manera de esbozar el lado oscuro de la verdad que aún no nos han contado y que en cambio han maquillado desde el Palacio de Nariño, comandado por el ex ministro y hoy presidente de Colombia, Juan Manuel Santos.

Antes de analizar los puntos de encuentro entre estas dos historias quiero ser franco y decir que no soy uribista ni pretendo defender el gobierno que lideró el ex presidente Álvaro Uribe. Creo que es bastante claro que él puede defenderse solito. De hecho, su popularidad sigue tan alta como cuando dejó la Presidencia, a tal punto de recientemente ser elegido por los locales como el "Gran Colombiano", una especie de superhéroe, lo que demuestra la gran influencia que aún conserva en esta sociedad macondiana. Sin embargo, aún pienso que debe responder por las muchas irregularidades cometidas durante su mandato. Pero los hechos están ahí. Mi intención es mostrarle a usted, el lector, un análisis que quizá no ha hecho y que por supuesto los medios no hacen. 

Dejando esto en Claro (¡huy!, el Judas corporativo que demanda a sus clientes por protestar) procedo.

Juan Manuel Santos caminó con Álvaro Uribe, fue su escudero y fiel ministro, compartió sus ideales, defendió su causa, hizo lo que el ex presidente le sugería y obedeció sus indicaciones. Tal era su empatía que el furor con el que Uribe infundía coraje a las Fuerzas Armadas reafirmando el propósito de derrotar a la guerrilla, hizo que un tímido y a veces gago Santos, en su posición de ministro de defensa, se mostrara tan radical como el presidente y amasara ese envión para dar los golpes más contundentes de la historia a las FARC. Este impulso fue tan grande que consecuencias inimaginables vendrían más tarde.
Se aproximaban las elecciones. Los partidarios de Uribe trataban por TODOS los medios de lograr una nueva reforma a la constitución para darle al mandatario la posibilidad de ser elegido por tercera vez. La Corte Constitucional, después de un proceso accidentado y lleno de suspicacias emitió un fallo trascendental: el proyecto de ley es inexequible. Frente a este escenario, tanto el Presidente como su partido tenían que tomar decisiones tendientes a conservar el poder. Es aquí en donde la figura de un Santos candidato nació. Él era el autor material de los triunfos en la lucha contra la guerrilla y era el estandarte de todo lo que significaba Uribe, autor intelectual de los ya nombrados éxitos, para el país. Era algo natural.

Viene a mi mente Venezuela. Maduro fue "elegido" (¿o impuesto?) con los votos de Chávez. Él representa lo que Hugo predicaba, gracias a su designación como heredero. En Colombia sucedió lo mismo hace un tiempo atrás. Santos fue elegido con los votos de Uribe. Pero también porque en la campaña electoral Santos parecía Uribe. Usaba sus mismas palabras, sus mismas ideas, sus mismas políticas. Por esta razón, Juan Manuel fue elegido como presidente de Colombia, no por su figura como político pues no hubiera sido suficiente, sino porque Álvaro le entregó sus "huevitos" como herencia y Santos se transfiguró hasta lucir como su mentor. Era la única manera en la que Juanma podía llegar a ese cargo que otorga gloria o mácula eterna, además de una inconfundible cabellera blanca que exhibe los sufrimientos enfrentados en cuatro o quizás ocho años de gobernar un país sorpresivamente viable.

Y así, Juan Manuel Santos llegó a ser presidente de Colombia, soportado por lo que su antecesor había planeado, predicado y ejecutado. Hoy, después de casi tres años de gobierno y de ver como sistemáticamente el Presidente ha abandonado las políticas y los ideales que lo llevaron al más alto cargo en este país, llego a una conclusión ineludible: Santos es Judas... Santos ha traicionado, no solamente a su instructor y guía, sino que también ha traicionado a su pueblo, el pueblo que lo eligió. La cuestión más evidente se relaciona con la seguridad. Hay una percepción generalizada que cuenta del deterioro en la seguridad de la nación. Y no se trata de una casualidad ni de la malquerencia de algunos críticos del gobierno, se trata de lo que hemos visto en estos tres años de jefatura "santista": más de 500 militares y policías asesinados; homicidios considerados "de estado" durante marchas campesinas y protestas pacíficas; ataques regulares a pequeñas poblaciones; la desaparición violenta de los líderes del programa de restitución de tierras; entre otros. Gústenos o no, estas acciones disminuyeron de forma significativa o casi desaparecieron durante el gobierno anterior.

El Presidente actual abandonó la política de seguridad democrática que defendió a capa y espada durante su campaña para ser elegido, con la teoría de que ya no es necesario tanto pie de fuerza en el país, ¡y era cierto! gracias a la vehemencia de la campaña anterior que hizo que los grupos guerrilleros, bandas criminales y paramilitares se replegaran. Santos confió en que ese ímpetu sería suficiente y que se podría enfocar en formar su imagen propia para no vivir a la sombra de su predecesor. Bien, su intento claramente ha fallado. El impulso se acabó.
Si contamos las políticas uribistas que el candidato Santos vociferó en las calles y plazas y de las cuales hoy ha prescindido, habría que usar otra página completa y este escrito se podría confundir con una apología al orgulloso poseedor de "El Ubérrimo".
Bajo estas circunstancias es casi innecesario ahondar en temas como los innumerables paros; las reculadas; la diplomacia floja, complaciente y pusilánime y, por supuesto, la reacción tardía, blanda y patosa frente al fallo de la Corte Internacional de La Haya que le quitó al territorio colombiano más de 70.000 km2 de mar y que como resultado, ha llevado a la bancarrota a la empresa pesquera más grande de San Andrés conocida como Antillana.

Pero sin duda, la más grande traición que Santos ha cometido, en este caso contra el mismo país, es el mal llamado proceso de paz que sostiene en Cuba con las FARC. Ha llegado a tal punto su alevosía, que desde Palacio se les llama "enemigos de la paz" a aquellos que no comparten la idea de llevar un proceso como el actual en las condiciones en las que se está desarrollando, condenándoles sin juicio ni razón, acaso porque su otrora maestro le hace saber al gobierno y al país su inconformidad con respecto a este tema, rebeldía que deberíamos acoger, no por apoyar a Uribe, sino porque si este proceso terminara con la firma de un acuerdo en las condiciones actuales, la impunidad sería el sello de éste. Ambas partes ganarían: Santos, seguramente sería reelegido pues este pueblo vive sumergido en diferentes argucias que sin duda son promovidas por el mismo gobierno, precisamente para acallar esas voces mentales de contestación, y por otro lado las FARC y sus líderes, quiénes no pasarían ni un minuto en una cárcel y que, según recientes declaraciones, conservarían sus armas (!), pero que además, podrían acceder a cargos públicos por voto popular y eso, en un país sin memoria, es bastante fácil.

La traición está bien escondida y disfrazada. Se trata de venderle a este pueblo sufrido, con una herencia de violencia, la idea de una vida en paz. Pero la pregunta es: ¿cuál es el precio?. Nadie sabe a ciencia cierta cuales son los acuerdos a los que supuestamente se han llegado. Nadie sabe cual sería el alcance de una eventual participación en política de ex militantes guerrilleros. Increíblemente, nadie tiene ni idea si el tema de un posible castigo para los miles de crímenes que los señores que están de vacaciones en La Habana han cometido, será siquiera discutido. 

Son aguas peligrosas las que estamos navegando. Ambas partes están embelesadas por la posibilidad de obtener un poder coyuntural, unos beneficios que en este caso sobrepasan 30 monedas de plata. Pero Santos es el traidor mayor. Olvidó las enseñanzas de su maestro y hace negocios a espaldas del país, buscando su propio beneficio.

Judas no soportó la culpa y se suicidó. Vicente, con un poco de resignación, declara que no hay otro remedio que adorar a esas mujeres que, incluso, nos han traicionado. Santos sigue su camino impune. Su traición alcanza límites descarados. Lo que nadie puede discutir es que él es un zorro calculador, que mueve sus fichas magistralmente y que por medio de sutilezas mantiene a la mayoría de un pueblo falto de educación y análisis, pero además carente de las ideas de honestidad, dignidad y estoicidad, hipnotizado con sus "acuerdos para la prosperidad" y sus discursos envolventes escasos de contenido importante para este país.

¿Cuál será el futuro de Juan Manuel? ¿Emulará a Judas o a Vicente? Creo que a ninguno... Seguramente después de ocho rebullidos años y ya siendo ex presidente, se dedicará al Twitter o a entrometerse en todos los asuntos, como ya es común a la hora del retiro de los mandatarios colombianos.


Felipe La Serna.