jueves, 20 de octubre de 2016

"Quique" y "Mandita": una pareja de "otro mundo"

Los gritos lastimeros que profería opacaban, incluso, el algarabío de cientos. Eran miles los que marchaban al ritmo de tambores, arengas y ¡vivas!, pero sus exclamaciones retumbaban aún más fuerte cuando divisaba el paso de otras decenas de personas que eran catalogadas por los marchantes como “mirones”.

La fecha era especial pues se conmemoraba otro primero de mayo, el Día Internacional de los Trabajadores, ocasión en la que se recuerda a los “Mártires de Chicago”, quienes fueron ejecutados al participar en las marchas que se llevaron a cabo el primero de mayo de 1886 y que reclamaban jornadas justas de trabajo.

París, 1889: el Congreso Obrero Socialista declara que en rememoración de los caídos en Chicago, el primero de mayo será considerado un día en el que la clase trabajadora celebrará su lucha.

Bogotá, 1° de mayo de 2016: Amanda Richeze, una arquitecta graduada de la Universidad La Gran Colombia, grita desesperadamente en medio de las marchas. Pero no reclama seguridad social ni pensiones justas, ella declara que: “Dios no existe, los que sí existen son los grises, los reptilianos y los azules.

Junto a su esposo, Enrique Rodríguez, un hombre alto, con barba larga y blanca, vestido con un atuendo blanco, parecido a una bata de hospital, quien sostiene un pendón que informa a los transeúntes, esta vez marchantes, que “los creadores de la raza humana habitan en galaxias que no han sido descubiertas”, ella, Amanda, rasga su garganta para llamar la atención de quienes pasan.

Yo creía en la creación, en que hay un dios que nos mira desde arriba… Después me fui a vivir a Alemania y aprendí a abrir mi mente y a conectarme con los seres de luz que nos rodean. Yo no digo que no haya un dios, yo lo que digo es que no es el que nos ha enseñado la iglesia católica”, declara “Mandita”, como le dice su esposo “Quique”, con firmeza en su voz maltratada pero con una convicción que reafirma su ceño fruncido.

Uno de los marchantes, vestido de negro, con gafas negras, gorra roja, empuñando un cartel de la CGT (Confederación General del Trabajo), de caminar lento pero con postura erguida, altiva, se acercó a Amanda. En un intercambio de opiniones, el hombre le instó a callarse y marchar por sus derechos. “Mandita” y “Quique” replicaron con una sonrisa en la boca: “usted es el que debería dejar de creer en pendejadas… Llegue a la plaza a ver si el Presidente le hace caso.”

Y es que al parecer ni las marchas ni las protestas han sido efectivas. Durante el gobierno Santos ha habido 13 paros: tres judiciales, tres de camioneros, uno estudiantil, uno de cafeteros, uno de mineros, uno de la salud, uno de los maestros, uno cívico nacional y el ya recordado paro agrario, que al parecer no existió para los inquilinos actuales de la Casa de Nariño.

Por eso “Quique” y yo dejamos de trabajar… No queríamos que los políticos se quedaran con la plata que nos quitaban del sueldo”, declara “Mandita”. Esta pareja dejó de laborar hace 7 años, en primer lugar porque, según ellos, se dieron cuenta del engaño de la religión y en segundo lugar, porque, también según ellos, los gobiernos son manejados por “los grises, que pertenecen a una de las jerarquías más altas de alienígenas.”

Y mientras miles caminaban con destino a la Plaza de Bolívar en Bogotá, ejerciendo su derecho a protestar y exigiendo mejoras salariales, pensionales y en la calidad de vida de los trabajadores, Amanda y Enrique no cesaban en su intento de igualar el ruido de los megáfonos, para exigir también respeto por sus creencias y su forma de pensar.

El artículo 19 de la Constitución de Colombia, proclamada en 1991, reza: “se garantiza la libertad de cultos.” En el artículo 25 se lee: “el trabajo es un derecho y una obligación social…” Así como estos dos artículos se encuentran en un solo libro, Amanda, Enrique y todos quienes marcharon se encontraron en el centro político de la nación, exigiendo, cada uno desde su tribuna, garantías para un mejor vivir.

Yo, ni voy a dejar de hacer esto ni voy a dejar a “Mandita”. Creo que primero nos invaden los grises. Mientras tanto seguiremos vendiendo productos naturales, sin pagarle ni mierda al Estado” sentencia “Quique”.


Felipe La Serna

miércoles, 21 de septiembre de 2016

La "culebrilla" del sufrimiento

La poesía trágica del escritor griego Eurípides se queda corta para describir semejante sufrimiento. En una de esas jugadas irónicas del destino, Eurípides está postrado en una cama, sin poderse mover y soportando un dolor indecible. No el griego, por supuesto, pero sí el pachuno, el colombiano.

Eurípides Gómez nació en el municipio de Pacho, Cundinamarca, hace 67 años y como es común entre los niños sufrió de varicela. Nunca imaginó que esa “inofensiva” enfermedad le ocasionaría un dolor que es comparado al de un parto o al producido por el cáncer.

A mi papá le dio culebrilla” dice con voz entre cortada Patricia Gómez, su hija. “Es como si tuviera una quemadura en las costillas… Como si se las hubiera fracturado”. Después de toda una vida dedicada a sembrar y comercializar productos, hoy “el pastor Gómez” debe estar casi inmóvil todo el día.

Su jornada empezaba cerca de las 3 am y terminaba alrededor de las 7 pm. La constante siempre fue el trabajo duro y la perseverancia. Pero desde hace un par de meses todo cambió. Eurípides mostró síntomas inequívocos de Herpes Zóster, enfermedad que comúnmente es conocida como “culebrilla”.

Esta dolencia produce llagas en la cintura o en la cara y además viene acompañada de fatiga, anorexia, depresión, pérdida de peso y aislamiento social. Es producida por el mismo virus de la varicela que se queda en el cuerpo y se reactiva, especialmente, en personas mayores de 50 años.

Eurípides, un hombre delgado, con algo de cabello blanco, calvicie predominante, voz afable, un cierto parecido a Clint Eastwood y un sentido del humor característico, se aferra a su fe en Dios. Hace 30 años se graduó del seminario bíblico y se convirtió en pastor.

Hay que seguir pidiéndole a Dios para que me haga entender por qué pasan estas cosas” declara el hoy maltrecho ministro con voz casi inaudible, pues el dolor no le permite hablar con normalidad.

A raíz del aumento inusual en el número de casos de esta enfermedad, la Cruz Roja Colombiana lanzó una campaña llamada “¡Soy adulto responsable, por eso me vacuno contra la culebrilla!”, que cobra gran importancia si se tiene en cuenta que el 95% de las personas que hayan adquirido varicela pueden desarrollar este tipo de dolencia.

El hombre activo y vigoroso que trabaja incansablemente, que le “predica la palabra de Dios a cualquiera”, que ama entrañablemente a su pueblo al que llama “la tierra prometida”, se encuentra inactivo, en una ciudad caótica y soportando el hecho de que sus hijos tengan que hacer casi todo por él.

Esta situación hace parte de las consecuencias que produce el mal que lo aqueja y que amenaza a cerca de 250.000 personas en la ciudad de Bogotá, pues se encuentran en el rango de los 50 años de edad o más, lo que los hace vulnerables.

Sin embargo, uno de los insumos que podría usar Eurípides, el escritor griego especialista en poesía trágica, es el drama familiar. Patricia, Samuel, Lady y Arley, los herederos Gómez, han vivido dos meses de zozobra y angustia. “Un día estaba hablando con mi esposo y le dije que no podía más… Mi empresa, la casa, mi padre… Y simplemente me desmayé. No pude más, me quebré” narra Patricia.

El doctor Pedro Redondo Bellón, dermatólogo y especialista en el tratamiento de este mal asegura que “la enfermedad debe ser tratada con paciencia, tanto del enfermo como de los familiares. El dolor puede estar presente por meses e incluso años. Si se trata oportunamente no hay mayor riesgo, pero puede estar ahí por un largo periodo de tiempo”.

Yo ahora a todo el que veo le digo: - vacúnese contra la culebrilla -, porque después de ver lo que le está haciendo a mi papá… mejor dicho…” dice con una risa que denota nerviosismo, Lady Gómez, otra hija del “pastor Gómez” quien frota sus manos y peina su pelo largo y castaño mientras suspira y casi solloza.

Aunque la racionalidad que impulsó el poeta griego en la antigüedad apunta a encontrar la respuesta cierta y comprobable a cada situación, a veces también usa el recurso de la mitología y de la resolución antinatural a un conflicto, como dragones y bestias enviadas por los dioses para salvar a un personaje.

Eurípides Gómez, el aún pujante agricultor y “pescador de hombres” deja de lado la primera opción y favorita de su tocayo griego, pues para él la racionalidad debe pasar por el filtro de la biblia. Más cercana a su forma de ver el mundo es la segunda, tal vez la más odiada por su homónimo heleno, debido a su firme convicción de que Dios “tiene todo bajo control”.

La Guerra del Peloponeso, un conflicto en la antigua Grecia que data del año 400 a.C. entre Atenas y Esparta, probó que la escuela conservadora griega que procuraba dar espacio a las deidades y respetarlas falló.

La guerra de Eurípides Gómez contra el Herpes Zóster aún se está librando en un campo de batalla más amplio de lo que a simple vista se ve. Su cuerpo es el lugar en donde el ejército de medicamentos libra una guerra sin cuartel en contra de un virus y sus batallones escondidos en las vesículas. Este combate trae sus frutos: algunos días de mejoría. Pero la guerra sigue y vienen los días malos.

Las mentes de sus hijos y familiares son un campo de tiro bombardeado por ideas, pensamientos, voces y conjeturas que libran su propio conflicto el cual, sin embargo, hace parte de la misma guerra.

Sólo el tiempo dirá entonces si las consecuencias de la Guerra del Peloponeso como el destrozo de tabúes religiosos y culturales se repiten al final de esta guerra o, probablemente, sean los dioses y la fe los vencedores.

Tal vez el Dios de Eurípides Gómez, el pastor, el agricultor, el pachuno, envíe a uno de sus dragones y acabe con este mal. Tal vez la razón de Eurípides, el escritor, el poeta, el griego, gane la partida por medio del tratamiento y los medicamentos.


Felipe La Serna