sábado, 19 de septiembre de 2015

NI SEXO, NI DROGAS... ¡SÓLO ROCK N' ROLL!

Como hacer rock en Colombia y no morir en el intento

“Quieran mucho a sus papás; si no tienen a sus papás, quieran mucho a sus hermanos; si no tienen a sus hermanos, a sus amigos y así sucesivamente, porque esas son las personas que están con uno hasta el final”. Estas podrían ser las palabras de una mamá o un papá en medio de alguna discusión con sus hijos; o quizás el mensaje de un cura al final de su sermón; incluso podría ser el colofón de alguna clase impartida a individuos pertenecientes a “esta generación de hoy”. Pero no. No proceden ni de un sacerdote, ni de un profesor, ni de un padre de familia. Estas palabras provienen de un rockero… ¡y todos sabemos que los rockeros no dicen estas cosas!, ¿o sí?  ¡Pues esta vez sí! y plantean el espíritu de un diálogo íntimo, afable, que desnuda la personalidad de un hombre que inspira respeto pero también cercanía. 

Él es James, no como James el futbolista, más bien en inglés (yeims), bajista de una de las agrupaciones de rock más importantes de estos tiempos en Colombia: Don Tetto.

El día que esta conversación sucedió era muy soleado. Cuando el reloj marcaba las 2:30 p.m. crucé el umbral de las salas de ensayo llamadas “El Toke”, propiedad de los miembros de Don Tetto, negocio que se deriva de su exitosa carrera musical hasta ahora. La cita, sin embargo, era a las 3:00 p.m. Aprovecho para leer mis notas, los datos que conseguí y la historia oficial que ronda algunas páginas de la internet. De repente y para mi sorpresa, James aparece en la sala de estar. Sus casi dos metros de altura son intimidantes, pero al saludarme y decirme que está dispuesto a regalarme el tiempo que yo desee, la altura pasa a un segundo plano.

Entramos a la sala B, una de las más pequeñas del lugar. Nos rodean amplificadores, micrófonos, una batería y demás implementos necesarios para tener un buen ensayo. James se sienta en un sofá que parece muy cómodo. Lleva una camiseta blanca que deja ver los tatuajes en sus brazos; también viste unos jeans negros y tenis deportivos. Es la típica imagen del músico de rock, no obstante, al transcurrir el tiempo y la sucesión de preguntas y respuestas me sorprenden tanto su actitud como su humildad, características que distan del estereotipo impuesto a quienes tocan rock.




Mi primera impresión al estar sentado frente a él, al preparar mis notas y los dispositivos electrónicos, es la de un hombre serio y hasta frío. No me intimido. Comienzo a preguntarle cosas y a medida que me responde, a veces con respuestas fabricadas para los medios y otras veces muy sinceras, se devela una personalidad simpática, cálida y una forma de pensar muy responsable, inteligente, centrada y humilde. Y es que humildad puede ser la palabra más adecuada para describir a James.

La primera parte de mi cuestionario intenta obtener de él respuestas, al menos distintas, acerca de la trayectoria de la agrupación, pero también tiene la pretensión de despojarle capa por capa de esas actitudes prefabricadas que, seguramente, se van construyendo a medida que pasan los años y la responsabilidad de responder las mismas preguntas se hace tediosa. Mi cometido se logra parcialmente pues aunque siempre se refiere a “nosotros”, “nuestro” o “todos” en cada respuesta, en ocasiones logro algo de información personal.

Me hace saber que su pasión por la música nace cuando se acercaba a los 14 años y que al lado del deporte, han sido su vida durante estos 31 calendarios sobre el planeta. Al recordar los primeros conciertos en los que acompañó a Don Tetto, se dibuja una sonrisa en su rostro y sus ojos brillan: “mucha gente no lo creerá pero mi segundo concierto fue en un asado”. Seguramente en medio de instrumentos, carne asada, chunchullo y bofe, no imaginaba que ya en su tercer concierto tendría que enfrentar a 30.000 personas y que la noticia, que aún hoy recuerda con cariño, confirmándolos como parte del cartel oficial del festival Rock Al Parque de 2007 lo haría temblar. Pero este privilegio no se quedó en una gran oportunidad de mostrarse ante un público numeroso sino que se convirtió en el combustible para seguir luchando por sus sueños.

En el mundo frívolo y vacío en el que vivimos, la idea de perseguir o luchar por nuestros sueños se ha vuelto cliché y le sirve a la mayoría de artistas como ardid para escapar de la muy trillada pregunta final: “¿cuál es el mensaje para los jóvenes que vienen detrás de ustedes?” Muy firmes dicen: “luchen por sus sueños”. Pero tener al frente a una persona que ha vivido en carne propia lo que esta idea implica, trastoca de alguna manera el sentido de la misma afirmación. ¿De dónde viene entonces la firmeza con la que declara esto? Gesticulando con sus manos cada palabra que dice, James reconoce el papel de sus padres en todo este proceso. “Nuestros padres nos inculcaron muchos valores, mucha humildad (…) me enseñaron que hay que agradecer por todo lo que se tiene”. Su familia ha sido pieza fundamental en el proceso de construir al ser humano que es hoy y lo ha impulsado a, precisamente, luchar por sus sueños.





James engrosa con mucho orgullo la interminable lista de músicos empíricos que han logrado hacerse de un nombre dentro de la industria musical.

Tal vez por eso junto con Diego, Jaime y Carlos, sus “parceros”, crearon las salas de ensayo en las que se desarrolló esta tertulia. Les mueve el corazón poder ayudar a músicos que no tienen herramientas aptas para desarrollar su arte. Recuerda que cuando la banda comenzó no tenían elementos suficientes, por esta razón, “El Toke” es a los músicos lo que el hijo con un potencial inmenso es al frustrado padre que no logró lo que su hijo puede llegar a alcanzar.

Siendo el rock un género musical que proviene de otros países, es sorprendente como nuestro personaje siente un gran orgullo de representar a Colombia, su país, a través de lo que hace: buen rock. Pero no solamente eso, también recalca la honestidad de cada uno de los integrantes con respecto a sus roles en la banda y a sus vidas privadas. La honestidad e integridad vienen a ser pilares y estandartes de Don Tetto, conclusión a la que llegué después de, no solo hablar con James por más o menos una hora, pero también de verlo y experimentarlo por mí mismo. Y entonces… ¿qué pasa aquí? ¿No son rockeros? ¿El rock no se trata de sexo, drogas y rock n’ roll?

Lo que encontré a través de James es casi todo lo contrario. Responsabilidad, trabajo duro, humildad, honestidad, transparencia, disciplina, entre muchas otras, son cualidades que salen a relucir cuando cuestiono la manera en que la radio y los sellos disqueros manejan la industria musical. Así que llegué al tema que me intrigaba más que muchos otros, la “payola”. Se trata de entregar dinero a programadores, directores de emisora y/o manejadores para que ciertas canciones y ciertos artistas sean más promocionados que otros. El rostro de nuestro bajista cambia radicalmente, así como radical es en sus ideas. Declara vehementemente que ni su banda ni ninguna persona relacionada con ella ha tenido que ver con esa clase de conducta; “eso corresponde a la integridad y honestidad de los programadores”.

Llega el momento que estuve esperando. Después de casi una hora de respuestas sólidas y bien estructuradas, vino el punto en el que esa fluidez se vio cortada por un momento. Le pregunto: “¿el músico nace o se hace?” Por un momento agacha su cabeza, frota sus manos, muerde sus labios y murmura: “el músico nace o se hace…”. Finalmente llega a la conclusión de que el músico nace y se hace. Creo que toma su vida misma como ejemplo y se proyecta en su respuesta. Me explica que así una persona tenga el talento pero no lo desarrolla o cultiva, entonces no habrá resultados en ese aspecto.




Nuestro diálogo se acerca inevitablemente al final. Después de haber hablado de lo divino y lo humano, sólo me queda averiguar sobre los mayores desafíos que ha tenido que vivir en este camino que lleva consigo alegrías y tristezas. Sin dudarlo y con mucha firmeza, pero con un dejo de resignación también, dice que “el mayor desafío es hacer rock en Colombia”. Es incluso mayor que haberse resignado a tocar el bajo en Don Tetto porque era el “puesto que quedaba” pero que por amor a la música toma y desarrolla hasta lograr que los periodistas digamos: “el resto es historia”.

Así como amar y perdonar, para James y Don Tetto hacer rock es una decisión diaria.

Nuestra conversación termina. Mi cerebro está en shock. James está agradecido y me desea lo mejor en lo que sea que vaya a hacer con esta información. Yo trato de digerir lo que acaba de suceder. Un rockero que tiene pinta de rockero, que hace música de rockero, que se mueve y expresa como rockero, es un profesional íntegro y responsable. Quizá soy víctima de los prejuicios, lo cual es irónico pues yo mismo me considero un “rocker” y aun así también suelo propender por ser un buen ciudadano. Sin embargo la envergadura de la historia que Don Tetto está construyendo lo hace a uno pensar en si todos los reconocimientos y logros hacen mella en los egos de sus integrantes. ¡Señores! ¡Pues no!


Salgo de aquel lugar sintiendo un profundo respeto por nuestro personaje y por su banda. Decido que mucho de lo que él dijo será útil en mi propio camino y lo guardo en mi disco duro gris. Me alejo de la casa, pero sé que cuando regrese no veré las salas como simples lugares de ensayo sino como templos del arte, en los que se esculpen la personalidad de los artistas.


Felipe La Serna

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