martes, 12 de febrero de 2013

Y el Grammy va para...

Hace unos días me embarqué en una aventura que nunca, en mis más de 15 años de músico había hecho: ver la ceremonia de entrega de los premios Grammy anglo. Y para explicar lo que sentí debo primero ilustrar el origen del artículo que están por leer.

En la naturaleza de todo ser humano hay un rasgo que no podemos reprimir y que por el contrario consentimos como a "hijo bobo": la crítica. El problema es que cuando usted es músico este gen incubado por 9 meses y mimado de por vida, se apodera de su malla neurológica y le potencia esta habilidad al mil por ciento. Pero claro, no quiero dar a entender que esta peculiaridad es mala del todo, pues es apenas normal que aquel ser humano que posea una inclinación por el arte sea hipercrítico dado que su oficio se basa en este malquerido atributo. Por esta razón, cuando el reproche y el conocimiento profundo de lo que se hace unen sus fuerzas en una sinergia tanto mental como pasional, expuesta ésta a un catalizador sombrío como una velada para premiar la mediocridad, no queda más remedio que darle paso a una explosión de reprobación, un poco propia, un poco provocada.

La industria musical, disgregada a través de los sellos discográficos, emisoras de radio, canales de televisión, magazines, tiendas de música, portales de internet, redes sociales, publicidad y demás, es un monstruo con tentáculos tan largos como los de cualquier gobierno imperialista, abarcando entre ellos el mercado íntegro de lo que muy tristemente pensamos es lo mejor de la producción discográfica. Debemos entender que a pesar de que la música es el arte sublime por excelencia también es una profesión, y como es lógico, cualquier profesional quiere, necesita y merece ser recompensado y reconocido por su labor a través, por ejemplo, de un salario. Esta circunstancia convirtió a un arte tan viejo como el mundo mismo en una empresa y luego en una industria, lo que desembocó en un negocio multimillonario, trayendo consigo todas las delicadezas implícitas de un imperio que sumergió al mundo en el que reina en una matrix de la cual muy pocos quieren salir, pues es más fácil vivir regidos por la "ley del menor esfuerzo" que descubrir una realidad incómoda y, a veces, dolorosa.

El mundo onírico en el que nos encarcelaron los gerifaltes de la música está regido por las ansias pérfidas de obtener el mayor beneficio económico al menor costo, por lo cual se hermanaron con la mediocridad y el consumismo para crear fórmulas que funcionarían a la perfección pues provienen de las mismas entrañas de su creación y, nosotros, sus habitantes, las aceptaríamos ciegamente al saberlas familiares. Es así que prevalecen los géneros populares, porque no son más que obras creadas para ser fácilmente escuchadas y entendidas, sin tener la necesidad de analizar ni sus letras ni sus estructuras musicales. Cada uno de estos géneros da cabida a varios exponentes, la mayoría, creados, moldeados y programados por las mismas compañías para que sigan exactamente y al pie de la letra lo que las "fórmulas" dictan: canciones de 3 minutos a lo sumo pues las emisoras radiales y televisivas deben tocar tantas tonadillas como sea posible para recuperar y mantener el presupuesto; pasar de una figura inocente a un ser lleno de sensualidad y hambriento de sexo; letras enfocadas en el amor libertino y cosas fatuas sin sentido; peinados y vestidos que crearán una nueva moda mundial; versos cortos y de fácil recordación; coros "pegajosos" que se repiten una y mil veces; estructuras musicales simples (como la estructura binaria simple: verso - coro - verso - coro...) tan habituales en la música de hoy; exposición exagerada en los medios... Todo lo anterior soportado en una estrafalaria invasión mediática que da validez a tanto esfuerzo. ¿El resultado?, un ejército masivo de consumidores enajenados por la bien planeada estrategia que les lleva a comprar o bajar los álbumes; buscar y ver los videos en YouTube hasta saciarse; husmear información frenéticamente en los portales de chismes y buscadores; unirse a las páginas oficiales en internet, Facebook, Twitter y cuanto portal exista; asistir a los conciertos ofrecidos; tatuarse los nombres de sus cantantes favoritos en partes insospechadas; crear pancartas suplicando la entrega de alguna prenda, accesorio y si es posible su propia mano en casamiento, aunque si no resulta, bien estaría un "escupitazo", según Chávez; ser la/el próxima/o "fans" en el club respectivo y demás actos de cariño hacia la estrella naciente.

El día de la ignominiosa velada escuché en las horas de la mañana una entrevista al cantante colombiano Fonseca a través de Caracol Radio. El periodista con gran alegría y orgullo comenzó la sarta de preguntas perpetrando lo que a mi parecer es una blasfemia. "Maestro Fonseca, que alegría poder hablar con usted en este día tan especial..." ¿Maestro(!)? ¿En serio mijo? ¿¿¡Maestro!??. Según el diccionario, maestro es una "persona que ha adquirido una gran sabiduría o experiencia en una materia" (DRAE). Y como dirían en la calle, "me disculpan" pero lejos está el querido Juan Fernando... Fonseca de alcanzar semejante título. Infortunadamente el término se ha vuelto tan popular como el de doctor, que claro, no se le niega a nadie. El horror se extendería hasta las horas de la noche cuando por fin el show comenzó. La primera perla la escuché de boca del presentador: "Con ustedes una de las mejores artistas que ha existido: ¡Rihanna!". Una patada en las gónadas dolería menos... Sin embargo las injurias continuaron. La famosa Beyoncé y otra, al unísono profirieron lo siguiente: "Señoras y señores, por favor pónganse de pié para recibir al más grande cantante del momento: ¡Justin Timberlake!" Y bueno... ya eso era suficiente para mí... No lo pude resistir más y me fui a dormir.

Sé que muchos estarán pensando: "Ay, pero a mí me gusta como cantan..." y me parece normal, porque eso es lo que nos han enseñado a creer y es lo que nos han metido por los ojos y oídos, sin embargo, le hago esta pregunta: ¿qué ha aprendido usted por medio de la música que escucha? Hablo de historia, de vocabulario, de estructuras gramaticales y musicales, de nuevas conexiones neuronales por la complejidad de algunas piezas, de la refinación propia del ser.
Alejandro Magno, el gran rey de Macedonia. ¿Sabía usted que murió de fiebre en Babilonia? ¿Sabía usted que conquistó Persia? ¿Sabía usted que él abrió la puerta al cristianismo en Europa? Yo sí, y la verdad no lo aprendí en el colegio o la universidad. Esto me lo enseñó una de las más grandes bandas de rock de todos los tiempos: Iron Maiden, en su canción "Alexander The Great", información histórica que es fácilmente comprobable. Podría nombrar miles de ejemplos como este, pero se tornaría un poco pretencioso y soso.

Sé que es imposible poner de acuerdo a todos con respecto a este tema, no pretendo eso. Como músico valoro cada elemento original que los diferentes géneros musicales aportan, reconozco la calidad de los buenos artistas en cada apartado así como las producciones impecables sin importar la clase o índole. La música como los seres humanos es diversa y debe ser así porque es un lenguaje universal, sublime, apasionante. Hay pasiones, sentimientos, ideas, que sólo pueden levantarse en nuestra mente por medio de un determinado estilo o matiz; con dinámicas insospechadas que brindan las diferentes categorías.

Yo quisiera que todos aprendiéramos a ver más allá de lo que se nos presenta como real y verdadero; quisiera que pudiéramos dejar de ser conformistas y aventurarnos a un mundo totalmente desconocido que no nos han mostrado, un mundo lleno de sonidos novicios, acordes enmarañados y cadencias forasteras; quisiera que dejáramos de resignarnos a consumir lo poco y de mala calidad que nos dan disfrazado de lo mejor y único.
Yo quisiera que pudiéramos darle crédito a los verdaderos maestros: Toño Arnedo, Justo Almario, William Maestre... Tosin Abasi, Scale The Summit, Steve Vai... Joaquín Rodrigo, Verdi, Bach...

Quizá sea un sueño que no veré cumplirse, por eso, mientras tanto, me iré a dormir para soñar que por fin los premios se los llevan los que realmente los merecen y no los que más discos compactos venden o los ahijados de los caciques que organizan la entrega de los gramófonos, que por cierto, son los mismos propietarios de los sellos discográficos más grandes y poderosos del mundo.

Felipe La Serna.

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